martes, 18 de septiembre de 2007

Por todos

Me duele en el alma que hayan cambiado los sombreros acabados por gorras desteñidas; que no trabajen sobre un caballo sino que lo hagan en un bus; que no lleven en sus manos papas, sino masmelos; que su ropa no esté sucia por la tierra, sino por el polvo; que los ofrecimientos amables, producto de una hospitalidad desbordarte, se hayan trasformado en peticiones molestas, consecuencia de su necesidad infinita.

Me duele por ellos, me duele por sus hijos. Por ellos quienes después de estos años de destierro siguen pidiendo regresar. A algunos les alimentan la esperanza del algún día y a otros los obligaron a adaptarse a la realidad: a los prados duros y grises, a los animales ruidosos, humeantes; a la comida que ya fabrican otros, que no sabe tan bien y que es escasa; a entender que no se es feliz con poco, sino que se es infeliz por mucho.

Me duele por ellos y me duele por sus madres. Por esas esposas que tuvieron que salir a la calle a hacer lo que antes hacían en la casa, pero sin el calor del hogar, bajo el dominio de otras. Por esas cuyos esmeros no los reciben sus hijos, sino los hijos de esas otras, que para variar, reciben los esmeros de muchos, mientras los suyos reciben voluntades de unos cuantos.

Me duele por ellas y me duele por nosotros. Por los que sentimos lástima e impotencia al verlos subir al bus. Por los que compramos los masmelos con la ínfima resignación de no poder hacer algo diferente.

Me duele por nosotros y por los otros. Por aquellos que poco les interesa todo esto, pero que para el caso, da lo mismo.

Me duele y lo que más me duele, es que mañana me dejará de doler.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Vergüenza

Tengo hoy miedo de escribir, aun más que de manejar, a pesar de que en una semana han intentado chocarme dos veces: una afortunada, pero afortunadamente leve, y otra desafortunada, afortunadamente evadida. Como sea, la cuestión es que se siente, o mejor, siento yo en este instante, un vacío en el estómago, que no puedo descifrar porque aun no he creado una tipología para ello. Solo diferencio entre gastritis y dolor general.

Ya había sentido esto antes. Tuve entonces que tomar medidas, y me senté a escribir “Paramí” y fue, digamos, que terapéutico.

No escribiré esto para nadie. Tampoco para la basura –o mejor para la papelera de reciclaje-. (…) uno no tiene que escribir para publicar, o para que otros se interesen en ello. No es que no lo desee, negarlo sería ridículo, pero es que aún a los buenos escritores los consideran poco deslumbrantes. ¿Qué se podría esperar de mí entonces? Así que me lleno de valor para vencer el miedo a hacer el ridículo, y siento las muñecas al frente para darles un discurso y enfrentar el pánico escénico. Es cobarde, pero sin mayores repercusiones. Pensaré que hay cobardías peores como no ceder un puesto en el bus o no bajar al mini mercado a comprar una bolsa de leche (…) Mi querida lectora estas son las razones que anteceden a la redacción de este texto, y el solo hecho de que tu lo leas ya le da un razón de existir. Entonces, sí, lo escribiré para alguien, para ti que ahora lo estás escribiendo”. (Sara, 2007, 1,2).


Lo pensé de verdad, y sentí en ese momento, como siento ahora, que tengo una crisis, una pena horrible de que alguien lea lo que escribo. Pero no, no es tan grave. Exceptuando aquel día y hoy, nunca he pensado en esto. Pero igual ¡hoy lo siento! y ¡hoy lo digo! Y se acabó.

Perdón, sé que es ridículo lo que acabo de escribir, pero hace parte de la terapia. ¿Cuál terapia? Nunca te he hablado de mi nueva terapia. Pues querida te la recomiendo, es buenísima, a una amiga le dio unos resultados que ni se diga. De verdad, contáme. No pues mirá… y como si nada.

Sí, como si nada. Y digamos que publicar esto, es de las etapas finales. Creo que después de hacerlo, pocas cosas me darán más vergüenza.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Daniela y un cuento

Después de cerrar la taberna, mi papa subió al apartamento del psicólogo que minutos antes había estado conversando con los dos cubanos en la barra. Ahora estaban los tres en la sala esperando a que él terminara de organizar el inventario y cerrar la cortina metálica. Eran ya pasadas las tres de la mañana. En medio de la conversación mi papá se paró para ir al baño y en el camino se encontró un cuento enmarcado con formato de El Colombianito. Así que luego de realizar su diligencia se quedó leyéndolo y cuando regresó a la sala le preguntó a Santiago –el psicólogo- por él.

La historia que hay detrás de aquel papel enmarcado es triste pero igualmente hermosa. El cuento lo escribió Daniela una niña que él había adoptado porque su madre era drogadicta y no podía cuidarla. Desde lo seis años Daniela escribía cuentos y poemas, más tarde se interesó por la pintura, por el canto y además tocaba violín. Y como el mundo es un pañuelo, en la conversación supieron que el cubano que aquel día estaba sentado tomando ron, fue profesor de Daniela en el Instituto de Bellas Artes. Daniela ya no existe, al menos no físicamente, pero aquella noche, sin que nadie lo hubiese sospechado jamás, era un elemento común de los que charlaban en la que fue alguna vez su casa: El padre, el profesor y un admirador instantáneo.

Cuando quiera vivir,...
Solo abriré mis ojos a la verdad.


Supo que tenía sarcoma -nombre que se le da al cáncer en los huesos- a los 8 años. Era el año de 1997. Santiago la llevó a todas partes, buscó especialistas, hasta que supieron por fin, que era un cáncer mortal.

Cuando quiera morir,...
Solo miraré al cielo
Y diré: Gracias por la vida.


Sus escritos lo dejan a uno sin aliento, y con el cuerpo adolorido. Sus cuentos defienden el planeta y sus poemas la vida. Hay en ellos una carga emocional que pesa, con la densidad de una palabra que sale sin disfraces y con la esencia intacta.

Antes de que sucediera lo que ere inevitable le dejó un poema a su mamá, con quien vivió de nuevo cuando tenía 5 años, y cuya relación conflictiva, la obligó a regresar. Este es quizá el poema más triste y sin duda el más fuerte que escribió.

Qué pasa?, eres muy cobarde.
Nunca te atreviste a nada,
Ahora piensas en todo lo que pudiste hacer y
dices que estás cansada sin haber hecho nada.
¿Por qué tienes que hacer las cosas tan difíciles?
Y no te importa,
ya ni tus palabras sirven,
ya no tengo confianza.
Mírate al espejo,
mira lo que haces con tigo.
Porqué tienes que hacer esto.
Me voy y ya no volveré,
Espero que algún día logres hacer las cosas bien.


Eso fue en diciembre de 2002. A los días fue internada en la Clínica de las Américas y estando ya postrada, Santiago alcanzó a mostrarle su cuento publicado. Ahora, Suele jugar con los esqueletos, se alimenta de viejos espíritus rechazados en el cielo y en el infierno, dándoles una nueva vida. Pero no solo a ellos; Daniela nos dio vida a los pocos que hemos tenido la fortuna de leerla.

El oncólogo que atendió a Daniela le explicó hace poco a Santiago que una de las posibles rezones del fenómeno -cuando llegaron a la clínica, en la sala de quimioterapia atendían a 200 niños con cáncer. En este momento la cifra ascendió a 600 y ya no dan abasto-, tenga que ver con el trato que muchos de estos niños reciben y que contribuye a que la enfermedad se somatiese. De hecho, Daniela comenzó a enfermarse algunos meses luego de una discusión en la que su madre le dijo que ojalá se muriera para que ella pudiera descansar, y que le ocasionó una fuerte crisis. Puede ser simple casualidad, pero se queda uno con la duda.

Su vida no fue como un cuento de hadas, y sin embargo, las pintaba en las paredes, en los cuadernos, en cualquier hoja con una afición casi obsesiva; no fue clara y alegre, pero ella se encargó de iluminarla, y de paso nos dejó la formula para hacerlo:

Cuando quiera soñar,...
Solo cerraré mis ojos
Y abriré mi mente a lo que sea.
Cuando quiera reír,...
Solo tendré una palabra
Para justificar mi risa.

Cuando quiera vivir… solo buscaré sus cuentos y me quedaré en ellos.