sábado, 15 de diciembre de 2007

Un fuerte olor a cereza mientras me acostaba en mi cama. Sentí la almohada más suave que de costumbre, y cuando menos pensé tenía el cuello húmedo. Mi almohada estaba rellena de cerezas rojas, impresionantemente rojas; redondas, sensiblemente redondas y me las comí todas.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Yo le sugiero, y que pena que me meta, que no se pinte así las uñas.
Es cuestión de práctica, en serio.
Ya lleva cuatro, no se apure, son como diez aproximadamente.

martes, 18 de septiembre de 2007

Por todos

Me duele en el alma que hayan cambiado los sombreros acabados por gorras desteñidas; que no trabajen sobre un caballo sino que lo hagan en un bus; que no lleven en sus manos papas, sino masmelos; que su ropa no esté sucia por la tierra, sino por el polvo; que los ofrecimientos amables, producto de una hospitalidad desbordarte, se hayan trasformado en peticiones molestas, consecuencia de su necesidad infinita.

Me duele por ellos, me duele por sus hijos. Por ellos quienes después de estos años de destierro siguen pidiendo regresar. A algunos les alimentan la esperanza del algún día y a otros los obligaron a adaptarse a la realidad: a los prados duros y grises, a los animales ruidosos, humeantes; a la comida que ya fabrican otros, que no sabe tan bien y que es escasa; a entender que no se es feliz con poco, sino que se es infeliz por mucho.

Me duele por ellos y me duele por sus madres. Por esas esposas que tuvieron que salir a la calle a hacer lo que antes hacían en la casa, pero sin el calor del hogar, bajo el dominio de otras. Por esas cuyos esmeros no los reciben sus hijos, sino los hijos de esas otras, que para variar, reciben los esmeros de muchos, mientras los suyos reciben voluntades de unos cuantos.

Me duele por ellas y me duele por nosotros. Por los que sentimos lástima e impotencia al verlos subir al bus. Por los que compramos los masmelos con la ínfima resignación de no poder hacer algo diferente.

Me duele por nosotros y por los otros. Por aquellos que poco les interesa todo esto, pero que para el caso, da lo mismo.

Me duele y lo que más me duele, es que mañana me dejará de doler.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Vergüenza

Tengo hoy miedo de escribir, aun más que de manejar, a pesar de que en una semana han intentado chocarme dos veces: una afortunada, pero afortunadamente leve, y otra desafortunada, afortunadamente evadida. Como sea, la cuestión es que se siente, o mejor, siento yo en este instante, un vacío en el estómago, que no puedo descifrar porque aun no he creado una tipología para ello. Solo diferencio entre gastritis y dolor general.

Ya había sentido esto antes. Tuve entonces que tomar medidas, y me senté a escribir “Paramí” y fue, digamos, que terapéutico.

No escribiré esto para nadie. Tampoco para la basura –o mejor para la papelera de reciclaje-. (…) uno no tiene que escribir para publicar, o para que otros se interesen en ello. No es que no lo desee, negarlo sería ridículo, pero es que aún a los buenos escritores los consideran poco deslumbrantes. ¿Qué se podría esperar de mí entonces? Así que me lleno de valor para vencer el miedo a hacer el ridículo, y siento las muñecas al frente para darles un discurso y enfrentar el pánico escénico. Es cobarde, pero sin mayores repercusiones. Pensaré que hay cobardías peores como no ceder un puesto en el bus o no bajar al mini mercado a comprar una bolsa de leche (…) Mi querida lectora estas son las razones que anteceden a la redacción de este texto, y el solo hecho de que tu lo leas ya le da un razón de existir. Entonces, sí, lo escribiré para alguien, para ti que ahora lo estás escribiendo”. (Sara, 2007, 1,2).


Lo pensé de verdad, y sentí en ese momento, como siento ahora, que tengo una crisis, una pena horrible de que alguien lea lo que escribo. Pero no, no es tan grave. Exceptuando aquel día y hoy, nunca he pensado en esto. Pero igual ¡hoy lo siento! y ¡hoy lo digo! Y se acabó.

Perdón, sé que es ridículo lo que acabo de escribir, pero hace parte de la terapia. ¿Cuál terapia? Nunca te he hablado de mi nueva terapia. Pues querida te la recomiendo, es buenísima, a una amiga le dio unos resultados que ni se diga. De verdad, contáme. No pues mirá… y como si nada.

Sí, como si nada. Y digamos que publicar esto, es de las etapas finales. Creo que después de hacerlo, pocas cosas me darán más vergüenza.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Daniela y un cuento

Después de cerrar la taberna, mi papa subió al apartamento del psicólogo que minutos antes había estado conversando con los dos cubanos en la barra. Ahora estaban los tres en la sala esperando a que él terminara de organizar el inventario y cerrar la cortina metálica. Eran ya pasadas las tres de la mañana. En medio de la conversación mi papá se paró para ir al baño y en el camino se encontró un cuento enmarcado con formato de El Colombianito. Así que luego de realizar su diligencia se quedó leyéndolo y cuando regresó a la sala le preguntó a Santiago –el psicólogo- por él.

La historia que hay detrás de aquel papel enmarcado es triste pero igualmente hermosa. El cuento lo escribió Daniela una niña que él había adoptado porque su madre era drogadicta y no podía cuidarla. Desde lo seis años Daniela escribía cuentos y poemas, más tarde se interesó por la pintura, por el canto y además tocaba violín. Y como el mundo es un pañuelo, en la conversación supieron que el cubano que aquel día estaba sentado tomando ron, fue profesor de Daniela en el Instituto de Bellas Artes. Daniela ya no existe, al menos no físicamente, pero aquella noche, sin que nadie lo hubiese sospechado jamás, era un elemento común de los que charlaban en la que fue alguna vez su casa: El padre, el profesor y un admirador instantáneo.

Cuando quiera vivir,...
Solo abriré mis ojos a la verdad.


Supo que tenía sarcoma -nombre que se le da al cáncer en los huesos- a los 8 años. Era el año de 1997. Santiago la llevó a todas partes, buscó especialistas, hasta que supieron por fin, que era un cáncer mortal.

Cuando quiera morir,...
Solo miraré al cielo
Y diré: Gracias por la vida.


Sus escritos lo dejan a uno sin aliento, y con el cuerpo adolorido. Sus cuentos defienden el planeta y sus poemas la vida. Hay en ellos una carga emocional que pesa, con la densidad de una palabra que sale sin disfraces y con la esencia intacta.

Antes de que sucediera lo que ere inevitable le dejó un poema a su mamá, con quien vivió de nuevo cuando tenía 5 años, y cuya relación conflictiva, la obligó a regresar. Este es quizá el poema más triste y sin duda el más fuerte que escribió.

Qué pasa?, eres muy cobarde.
Nunca te atreviste a nada,
Ahora piensas en todo lo que pudiste hacer y
dices que estás cansada sin haber hecho nada.
¿Por qué tienes que hacer las cosas tan difíciles?
Y no te importa,
ya ni tus palabras sirven,
ya no tengo confianza.
Mírate al espejo,
mira lo que haces con tigo.
Porqué tienes que hacer esto.
Me voy y ya no volveré,
Espero que algún día logres hacer las cosas bien.


Eso fue en diciembre de 2002. A los días fue internada en la Clínica de las Américas y estando ya postrada, Santiago alcanzó a mostrarle su cuento publicado. Ahora, Suele jugar con los esqueletos, se alimenta de viejos espíritus rechazados en el cielo y en el infierno, dándoles una nueva vida. Pero no solo a ellos; Daniela nos dio vida a los pocos que hemos tenido la fortuna de leerla.

El oncólogo que atendió a Daniela le explicó hace poco a Santiago que una de las posibles rezones del fenómeno -cuando llegaron a la clínica, en la sala de quimioterapia atendían a 200 niños con cáncer. En este momento la cifra ascendió a 600 y ya no dan abasto-, tenga que ver con el trato que muchos de estos niños reciben y que contribuye a que la enfermedad se somatiese. De hecho, Daniela comenzó a enfermarse algunos meses luego de una discusión en la que su madre le dijo que ojalá se muriera para que ella pudiera descansar, y que le ocasionó una fuerte crisis. Puede ser simple casualidad, pero se queda uno con la duda.

Su vida no fue como un cuento de hadas, y sin embargo, las pintaba en las paredes, en los cuadernos, en cualquier hoja con una afición casi obsesiva; no fue clara y alegre, pero ella se encargó de iluminarla, y de paso nos dejó la formula para hacerlo:

Cuando quiera soñar,...
Solo cerraré mis ojos
Y abriré mi mente a lo que sea.
Cuando quiera reír,...
Solo tendré una palabra
Para justificar mi risa.

Cuando quiera vivir… solo buscaré sus cuentos y me quedaré en ellos.

jueves, 16 de agosto de 2007

De Clausura

A mi tristeza hace años ya que la tengo castigada.
Tiene prohibido salir.
Sé que no es algo pedagógico esto del castigo,
Pero es efectivo.
Eso creo.

Igual, a veces se escapa.
Anoche lo hizo pero la vi in fraganti,
una lágrima la delató.

Mi boca en un intento desesperado por distraerme
Movió sus puntas hacia arriba y como siempre lo consiguió:
Desvió mi atención mientras tristeza corría a esconderse bajo las cobijas y la luz apagada, como si no hubiese pasado nada.
Yo también hice lo mismo.

La tierra siguió su curso
Conmigo encima
Y tristeza dentro,
Muy adentro
Con la misma orden que ahora más que nunca
No puede romper.

jueves, 28 de junio de 2007

Momias y Cangrejos

Quinientos seis cangrejos tocan tambores sobre la playa.

Bailan mapalé

No quiebran la cintura porque su coraza no los deja

Pero bailan mapalé

Trozos gigantes de sandia y de melón alrededor

Y momias con charangos

La noche es fresca

Todos con collar de flores

Tocan reggae

Y bailan mapalé

sábado, 14 de abril de 2007

"QUE SEA CARGANDO PERIÓDICOS Y NO ESCRIBIÉNDOLOS"

Necesaria o inútil, inevitable o evadible. No sé que diablos sea la “autodialéctica”, lo que sí sé, es que sea lo que sea, la tenemos todo el tiempo metida en la cabeza haciéndonos dudar de lo que llevamos cierto tiempo tratando de convencernos. Lo más extraño de todo, es que resultaron -muy para mi sorpresa- los periodistas (no todos por supuesto) tan existencialistas como los mismos filósofos o los artistas.

En parte me consuela y en parte me asusta leer a grandes periodistas nacionales e internacionales vacilar de su profesión. Menciono el caso del periodista Juan José Hoyos, muy profesional y talentoso en mi concepto (y en el de muchos), quien en un artículo publicado el domingo 8 de abril en El Colombiano, cuenta su anécdota del encuentro casual con el escritor Ernesto Sábato hace varios años. Así narra que le dijo este prestigioso escritor: “Cuando un muchacho de estos viene a visitarme, yo les digo que si van a trabajar en el periodismo, que sea cargando periódicos y no escribiéndolos. Pienso que eso prostituye el alma” luego continúa Juan José: “Yo enrojecí de vergüenza. No le había dicho que llevaba más de ocho años trabajando en un periódico”. Sin embrago esto pasó hace más de 22 años, y aun hoy, continúa trabajando como periodista, y estoy casi segura, que no es precisamente porque no tenga nada más que hacer.

Las reflexiones de Ernesto Ochoa también en El Colombiano y del escritor y periodista español Juan Cruz, aunque muy críticas sobre el asunto del periodismo, dejan al final -al igual que Juan José-, un atisbo de satisfacción, o de aceptación, o de conformismo… no sé. En todo caso lo deja a uno pensando.

lunes, 2 de abril de 2007

Del canto de las sirenas y los susurros del demonio

Es irónico. Vemos torrentes de gente, cada día más caudalosos, que no creen en nada: dudan de la religión, de la política, de las buenas intenciones, hasta de la ciencia. De lo único que parecen no dudar, es de la publicidad.

Torrentes alimentados por la lluvia incesante de comerciales cuyos mensajes se han vuelto algo más que nuestra conciencia. Nos hablan más que la misma conciencia. Todo el día, a cada instante, está recordándonos qué es lo adecuado para nuestra vida. Y más aun, su presencia ya nos genera seguridad. De esta forma, cuando tenemos un producto que no ha sido “afamado” en algún medio, nos sentimos frente a un perfecto desconocido, e incluso vacilamos de la conveniencia de usar dicho producto, de la misma manera que desconfía un niño al recibir el confite de un extraño.

Ahora, la situación se vuelve más compleja cuando se descubre que no se ha convertido sólo en nuestra conciencia, sino además en nuestro inconciente. Querámoslo o no, nos maneja como quiere, porque ella nos conoce más que nosotros a nosotros mismos. Y así, ha logrado moldearnos a su figura y a sus condiciones. Entonces ya no es su personaje –el producto- el que no se ajusta a nuestras necesidades, sino que somos los consumidores quienes no estamos a su medida. De manera muy acertada lo reflexiona William Ospina en su texto “El canto de las sirenas” cuando dice: “Las ilusiones que nos obligan a comprar se revelan inaccesibles, pero finalmente la falla no estará en los opulentos arquetipos sino en nuestra imperfección”. Es este uno de los puntos más paradójicos y hasta absurdos de la publicidad. Es tan elemental como que, cuando observamos un comercial de un shampoo, por ejemplo, sabemos en el fondo que la modelo que allí aparece, no tiene un cabello espectacular gracias a él, y sin embargo, parecemos pasar por alto tan esencial detalle, compramos dicho producto y como es de esperarse, el cabello no cambia su “personalidad rebelde” para tomar la forma de aquel que observamos en el mensaje publicitario. Pero ¿Qué pasó?, ¿Por qué no hay un cambio rotundo en nuestro cabello? ¿Por qué los hombres no voltean su mirada cuando pasamos junto a ellos? No, la publicidad no nos engañó, simplemente nuestro cabello no tiene solución, o al menos, aun no la hemos encontrado, así que seguiremos intentando con otros productos hasta encontrar aquel que “a pesar de la adversidad” pueda surgir efecto. Del mismo modo podría tomarse el ejemplo de una crema dental, una crema antiarrugas, un producto Light, y en fin, de la mayoría de los productos que forman ya parte de nuestra vida, en la cotidianidad o en el deseo.

Hablamos entonces de la familiaridad con las marcas publicitadas que nos vuelve excluyentes respecto a otras; de la credibilidad en el producto a pesar de la falta de concordancia entre su mensaje y la realidad; de una gran aceptación de su tipo de lenguaje que, no solo acogimos, sino que además ya necesitamos: nos acostumbramos a ver rostros encantadores en las publicidades, porque aquellos poco atractivos nos fastidian, o a lo menos, no nos causan interés; necesitamos que nos hablen de los nuevos poderes hidratantes y humectantes, que nos prometan viajes y carros, así nunca hayamos ganado alguno -y lo más probable es que no lo hagamos-. Es como si estuviéramos realmente satisfechos con esa realidad maquillada que al fin de cuentas, adorna los espacios públicos, y nos muestran la cara amable de nuestra vida, cada vez más “complementada” y auxiliada. Nos sentimos a gusto frente a caras sonriendo, con música alegre de fondo y mensajes de voces rápidas, emotivas y siempre alegres, porque todos los que allí vemos, tiene la fortuna de estar en un lugar maravillosos “dónde nadie sufre tragedias que no pueda resolver el producto adecuado, donde nadie envejece jamás si usa la crema conveniente, donde nadie engorda si toma la bebida que debe, donde nadie está solo si compra los perfumes o cigarrillos o autos que le recomiendan, donde nadie muere si consume bien”1 ese “mundo perfecto” al que puede accederse desde la puerta del supermercado.

Todo ello desde mencionado marco del manejo de nuestro inconsciente, ese elemento articulador y esencial de la publicidad, cuya esencia no cambia, pero que se disfraza de la manera más sutil posible, sin otra condición que la de la efectividad. Parece transformarse el dicho: “en la guerra y en el amor todo se vale”, para complementarla con la otra disciplina que en teoría y en acción no tiene límites, la publicidad. Así, llega a ese lugar oscuro, misterioso e incontrolable del subconsciente, todas las ideas de brillantes creativos que, sino fuera por su naturaleza materialista y servil a los intereses capitalistas, serían todo un himno a la imaginación y a la alegría.

La publicidad en sí no es perversa. Incluso la misma manipularon de la mente humana no lo sería, si ésta estuviera al servicio del bienestar humano. Pero, cuando en lugar de impulsar a la sociedad con ideas novedosas y descrestantes a tomar hábitos y posturas altruistas frente a la vida social, humana, ambiental –así sea bajo la paternidad de un producto-, obliga a los padres a comprar juguetes, a las mujeres a ser delgadas… cuando vuelve a las mercarías protagonistas y las provee de cualidades humanas2, entonces se convierte en esa figura del demonio que nos susurra al oído, nos tienta, nos engaña.

La cuestión no está en culpar a la publicidad de los grandes problemas de la humanidad. De lo que sí tiene la culpa, es de no utilizar todo su poder para aportar a la gestación de un hombre más humano, más sensible y más consiente de su realidad. Una consideración utópica que, como todas las de esta naturaleza, no existe más que en su propia utopía.

1 OSPINA, William. Es tarde para el hombre. Ed. Norma. Colombia. Pág. 57
2 Los poderes de la publicidad y la persuasión femenina de Julián David Bueno